QUID N° 13- Setiembre 2004

 7 Pecados


Por MARIO GHIBELLINI

Cambio de hábitos
 
Los recientes esfuerzos de parte de la izquierda por renovarse y abjurar de sus viejas tradiciones estalinistas han sido recibidos con escepticismo e ironía por los políticos de otros sectores. Algunos de ellos, incluso, se han apresurado a denominar a todos esos antiguos militantes marxistas que ahora afirman sentirse comprometidos con la institucionalidad democrática, la “izquierda caviar”. Con ello, pretenden aparentemente llamar la atención sobre cierto cambio que se habría producido en los hábitos de consumo de los ex revolucionarios tras haber pasado por el poder, ya sea durante el gobierno de transición o durante el régimen actual. Más allá de la relativa gracia que pueda ocasionar, sin embargo, esa caricatura no toca el corazón de la cuestión que la pretendida renovación plantea.
 


¿Tirano pero elegante?
 
Lo importante, en efecto, no es establecer si tal o cual izquierdista quedó sensualizado después de haber ocupado un ministerio y ahora prefiere las chompas de cashmere a las que ostentan motivos incaicos, o celebra su santo en el Regatas y no en “Las Brisas del Titicaca”. Esas son tonterías anecdóticas. Lo importante, más bien, es comprobar si su abandono del totalitarismo marxista es real y se cumple en todos los terrenos que una futura acción de gobierno suya podría afectar. Esto es, los de las libertades políticas y económicas de los ciudadanos. Tiranos que usan chompas de cashmere, después de todo, ya se han visto.
 


El PDS como vitrina
 
Una buena ocasión de practicar semejante evaluación la ofrece el ideario del Partido por la Democracia Social (PDS)- Compromiso Perú (que acaba de iniciar su inscripción ante el JNE), ya que se trata de una organización que reúne a lo más representativo de esa izquierda que ya pasó por una experiencia de gobierno y que se reclama renovada. Y la verdad es que, en lo que concierne a las libertades políticas, el documento es bastante convincente en su compromiso con el principio medular de la democracia. Es decir, con la idea de que a cada ciudadano le corresponde un voto a la hora de tomar las decisiones fundamentales para el país, y que no existe una dirigencia política iluminada que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y nos va a enrumbar rápidamente por el derrotero al que de todas maneras la historia nos conduciría inexorablemente.
 


Horror al mercado
 
Los problemas comienzan cuando se ingresa al terreno de la libertad económica. Si bien el ideario del PDS hace un saludo a la bandera del espíritu de renovación y reconoce –casi con dolor- que el mercado es “el mecanismo más eficiente para asignar recursos”, pronto encuentra la forma de desdecirse y nos advierte de la necesidad de regularlo para corregir sus “fallas”. Esta observación, por lo demás, es consistente con la declaración previa de que una de las principales preocupaciones de ese partido es “lograr una distribución más equitativa del ingreso y la riqueza”. Y la redistribución, ya se sabe, es volver a distribuir compulsivamente lo que el mercado ya había distribuido de un modo pacífico.


La coartada de las “fallas”
 
Lo que los ideólogos del PDS no alcanzan a comprender, aparentemente, es que el mercado, al reflejar la opinión de todos y cada uno de los agentes económicos en la formación de un precio por la vía de la oferta y la demanda, es un mecanismo esencialmente democrático; y que, en esa medida, hablar de sus “fallas” y de la necesidad de intervenir para corregirlas es tan peligroso como hablar de las “fallas” de la democracia. Con criterios como ese, Fujimori dio el golpe del 5 de abril y en general se iniciaron a lo largo de la historia todos los proyectos autoritarios de cualquier signo.
 



Totalitarismo embozado
 
La tentación de “corregir” el mercado y redistribuir con los instrumentos que el ideario del PDS anuncia –impuestos progresivos, regulaciones para imponer “costos razonables” a los servicios públicos, medidas para enfrentar la “competencia desleal” de las importaciones, etc.- indica, pues, que en el terreno de las libertades económicas los izquierdistas de antaño realmente no se han renovado. Siguen creyendo que, llegado el caso, la opinión de un burócrata iluminado es más acertada y justa que la que emana de la compulsa de las opiniones de todos los agentes económicos. Y eso, hay que insistir, es una forma de embozado totalitarismo.
 


Caviar criollo
 
En buena cuenta, pues, todos parecen entender el centro como un espacio en donde podrían reencaucharse políticamente. Una especie de sala de recuperación en la que sus viejas convicciones o imposturas pueden recibir el maquillaje que las haga lucir distintas o el oxígeno que precisan para poder seguir con vida hasta el 2006. Lo más inquietante de todo, además, es que al ser un lugar pretendidamente equidistante de los extremos en los que cualquiera de ellos podría haberse ubicado antes, el mensaje subliminal es que la posición que asuman a partir de ahora frente a cualquier tema podría ser negociable si la coyuntura electoral lo demandase. A decir verdad, el único candidato digno de ser escuchado será el primero que se escape de ese sanatorio.